Mi hijo se frustra, ¿y qué hago yo?

 

     La frustración es una emoción común en nuestra vida, hay quienes la llevan mejor o peor pero la conclusión de esto es que somos adultos capaces de reconocerla y en mejor o menor medida, la toleramos. El problema viene cuando nuestro hijo, un pequeño ser inexperto en el mundo emocional, siente esta emoción angustiosa que no sabe cómo quitarse de encima. Y que, además, según él, le está privando de algo maravilloso que quiere conseguir.

 

          Sabemos cuándo nos frustramos, pero, ¿sabríamos definir lo que es? La frustración es una emoción negativa (no porque sea mala ¡ojo! Sino porque nos resulta angustiosa de experimentar) que se produce cuando no podemos conseguir o lograr algo que suponemos está en nuestra mano. Esto es lo que la diferencia de la impotencia, que es la emoción que sentimos cuando no podemos conseguir o lograr algo que no está en nuestra mano. Por ejemplo: Sentimos frustración cuando no podemos terminar ese puzle que nos está dando tantos quebraderos de cabeza. Sentimos impotencia cuando no podemos ayudar a alguien con un problema que no depende de nuestra actuación.

 

        Los niños se frustran cuando no consiguen lo que quieren: Cuando quieren ir al parque y no se puede; cuando quieren una chuche, pero es la hora de cenar; cuando tenemos que irnos del centro comercial, pero es que él quiere ese juguete tan chulo que insistentemente te ha pedido… Y entonces, ¿qué hacemos nosotros con su frustración? Muchos papás, acaban frustrándose también. O más bien, sintiendo esa impotencia de no poder quitarle mágicamente la frustración a sus hijos. Pero la frustración es una emoción igual de necesaria que todas las demás. La frustración nos ayuda, aunque sea complicado entenderlo, a ver que hay cosas por las que queremos luchar. Y nos enseña que, si las queremos, tendremos que ser pacientes, aguantar y encontrar la forma (sana) de conseguirlas. Por otro lado, nos enseña también que no podremos tenerlo todo en la vida cuando queramos, que hay cosas que nunca llegan o que llegan tras esfuerzo. Y eso nos enseña a ser pacientes, a valorar las respuestas demoradas y no las inmediatas y a saborear la satisfacción de obtener algo que ha requerido nuestro sudor y lágrimas.

 

        Pero todo esto a tu hijo le da igual, él quiere la chuche ya y le importa un pimiento ser dentro de veinte años un adulto responsable. Y esto, a los papás, les enfada. Por eso es muy importante entender al niño desde el punto de vista desde el que ve el mundo, ¿erais vosotros los angelitos que queréis que sean vuestros hijos? ¿Acatabais el 100% de las veces todas las negativas sin rechistar? Vivimos en un mundo rápido, no tenemos tiempo y queremos que nuestros hijos se porten bien YA. Pero lamentablemente, eso es imposible. Se portarán bien, claro que sí. Pero para que ese momento llegue primero tenemos que depositar toda la paciencia posible en el camino hacia la regulación emocional sana. Y esto, lamentablemente a veces, no se consigue en un día. Pero el resultado final será tan gratificante que el esfuerzo valdrá la pena. Porque lo que conseguiremos será ayudar a educar a un adulto responsable de sus propias emociones.

 

    Entonces, después de esta larga -y quizá frustrante- introducción, ¿qué puedo hacer cuando mi hijo tenga uno de estos episodios?

 

 

  • Refleja la emoción que está sintiendo:Él no sabe que esto que le pasa tiene nombre, y si no sabe qué está sintiendo, mucho menos podrá ponerle una solución. Ayúdale a ver que el resultado de la situación que está viviendo es un sentimiento de frustración, para que pueda identificarlo en un futuro. “Creo que ahora estás frustrado porque te he dicho que no podemos ir al parque, ¿es así?”.

  • Explícale por qué no puede conseguir lo que quiere:Muchas veces, presas de la impaciencia y el cansancio, recurrimos al “¡porque no!”o al “¡porque lo digo yo!”. Parece mágico porque automáticamente acaba con la discusión, pero no tiene nada de mágico porque no transforma la emoción del niño. “Ahora no podemos bajar al parque porque se ha hecho muy tarde y en seguida hay que preparar la cena, pero de verdad que me gustaría que fueras. Sé que te lo pasas muy bien allí”. El que exista una razón de peso detrás (aunque en el momento no la vea), hace que la negativa deje de ser un ataque personal contra su personita. Y darle razones como a un adulto, al final le hará sentir adulto también.

  • Proponle una alternativa cuando esté más calmado:“Hoy no podemos bajar al parque por lo que ya te he explicado. Pero mañana bajaremos en cuanto termines los deberes”. La alternativa tiene que ser real (no se lo digas si no lo vas a cumplir). Y, además, tiene que ser concreta. “Esta semana bajaremos” tendrá a tu niño preguntándote todos los días cuándo vais a bajar, y da una impresión de vaga promesa. El que sea concreta, le dejará tranquilo sabiendo que ese momento llegará.

  • Déjale que se exprese:Está enfadado, quiere esa chuche, o bajar al parque. ¡Son sus cosas que le gustan! De modo que, si necesita llorar, que llore. Si está enfadado, anímale a que te lo cuente “veo que estás enfadado, ¿me lo quieres contar?”. Pero en ningún caso las agresiones verbales o físicas estarán permitidas. Si esto llega a ocurrir, exprésale que ese no es el comportamiento que deseas de él “no me gusta que pegues, me pone muy triste que te portes así” y comunícale la consecuencia “si pegas/me insultas no podremos bajar al parque otro día”.

  • Ayúdale a regular lo que siente:La frustración trae consigo tristeza, enfado… Por lo que seguramente llore, patalee… Ahora que sabe lo que está sintiendo gracias a que se lo has reflejado, ayúdale a volver a un estado de calma. Tómale de la mano y haz respiraciones profundas con él, acércale algo blandito para que lo golpee si necesita descargar rabia. Acompáñale mientras llora “entiendo que esto te pone triste, puedes llorar hasta que te sientas mejor”. Y abrázale si lo necesita, las expresiones de cariño siempre están permitidas.

  • Cuando se haya calmado, hazle ver lo contento que estás de que haya llevado bien su frustración:“Veo que ya has conseguido que se te pase, me alegro mucho de cómo has conseguido manejar cómo te sentías. ¿Te apetece ayudarme a preparar la cena?” Premiar verbalmente el comportamiento adecuado ayudará a que en un futuro se repita.

 

 

    Como decía al principio, esto seguramente no saldrá bien a la primera. Quizá tampoco a la segunda ni a la tercera. Por eso, como adulto, necesitamos de tu capacidad de regulación emocional para no perder también los nervios cuando tu hijo se frustra. De tu paciencia y cariño para ayudarle a sobrellevar ese momento de malestar y que poco a poco, en un futuro, sea manejado de una forma más sana y satisfactoria para todos.

 

 

Rocío Rodríguez Ródenas

Psicóloga, Terapeuta Familiar

y Máster en Psicología Clínica

www.centrospsicopedagogicosgabaldon.com

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